Deje Guayaquil con la misma lluvia torrencial que me recibió. Me preguntaba mientras el avión sobrevolaba el río Guayas: Que es una ciudad ?, claro si, casi todos los sabemos, es un área urbanizada más o menos organizada, más o menos extensa más o menos bella. Pero la vida que se palpita en una ciudad es sin duda la gente que la habita, la gente es la vida de esa ciudad, imaginemos solamente lo que seria una ciudad sin gente, seria claro, un cementerio, que es en realidad una ciudad sin gente o por lo menos sin gente viva.
Pero quiero ir más halla de este concepto, un habitante de una ciudad es un espejo más o menos fiel de esa ciudad, cada uno, individuo al fin, tiene una relación con su ciudad muy particular e intima, para ser más preciso, uno es lo que es pero seguramente su vida será distinta según donde viva, no será lo mismo un hombre o una mujer que vive en Paris, en Managua, en Buenos Aires o en Guayaquil, hay vivencias particulares intimas que son claramente diferente en cada una de estas ciudades.
La verdad es que la nostalgia me invade al dejar esta ciudad de la que tantas veces me queje, de la que tantas veces desee irme. Que ingrato es uno con las cosas en general y con las ciudades en particular. En Guayaquil encontré trabajo, amigos, amores que fueron y otros que no han podido ser. En esta ciudad luego de la muerte de mi madre, sin entender el motivo se bloquearon mis neuronas y se interrumpió por un tiempo considerable mi capacidad de escribir, por que tengo como costumbres escribir, fue en el balcón del edificio donde vivía donde llore en soledad la ausencia de mi madre, pero rápidamente la ciudad comprendió mi tristeza y mágicamente en la malecón, mirando fijamente el río Guayas la ciudad me devolvió la escritura y pude escribir la primera y ultima poesía dedicada a mi madre.
Si me voy, pero se que queda un pedacito de mi alma en Guayas, del alma aristotélica, del alma con sentidos, con tacto, vista, olfato y oído, era así como Aristóteles concebía el alma. Este pedacito de alma seguirá caminando por las playas de Salinas, por el malecón Simón Bolívar, por el malecón del Rió Salado. Habitara el laboratorio de la isla Mondragón, estará en la mesadas de mármol, entre las pipetas, entre los microscopios entre los acuarios experimentales, en la mesa de discusiones de los casos estudiados y cada rincón de ese laboratorio que fue mi casa.
Andará mi alma por la calles angostas y calidas del centro de Guayaquil, en el bar del hotel Oro Verde donde tantas noche de bohemia intercambiamos opiniones de tantos temas, fútbol, ciencia, mujeres, amores, política entre otras cosas o en Casa Vieja, en Salinas, donde indefectiblemente casi religiosamente concurría todas las noches a tomar un ron y fumar un habano y compartir la mesa con otros amigos, estará seguramente el vasco Alfonso con su tremenda risa que inundaba todo el local. Andará mi alma caminando largamente sobre la arena blanca de la costa del Pacifico. Andará mi alma en los labios húmedos de las mujeres que he besado, en las sabanas calientes de las camas compartidas, en las verdades y mentiras en las ilusiones y las desilusiones.
Recline el asiento del avión, cerré mis ojos húmedos y me dormí soñando con ese pedacito de alma que había quedado en Ecuador.