lunes, 25 de octubre de 2010

La Luna de Minas


Eduardo tuvo un día agitado en Buenos Aires. Tomo un vuelo de Pluna a Montevideo, no quería regresar a Brasil muy rápido, quería quedarse en algún lugar, necesitaba profundamente descansar su mente, escapar un poco de la realidad vivida.
En el aeropuerto de Carrasco tomo un taxi. Por favor hasta el hotel Continental, le dijo al taxista, ya había hecho una reserva en ese hotel bien céntrico de Montevideo. Cuando el taxi comenzó a andar por las calles montevideanas, la gente, el transito, se posaban en su cabeza como una tormenta de ruidos que lo alienaban.
Inmediatamente le dijo al taxista: disculpe cambie de idea, me lleva a la terminal de ómnibus Tres Cruces?
Si claro, estamos más cerca de la terminal que del hotel Continental.
Llego a la terminal de ómnibus y camino por cada una de las empresas, una de ellas “Núñez” indicaba que en 15 minutos salía un servicio hacia Minas, lugar que conocía de pasar por la ruta camino a Buenos Aires vía Colonia o Montevideo y que siempre le pareció una ciudad tranquila del inerior de Uruguay. Llego a las 15 horas. Minas era una ciudad pequeña bonita, rodeada de sierras con plazas arboladas y en esta época del año con muchas flores.
Tomo un taxi y el taxista le recomendó el Hotel Verdux, estaba en una esquina frente a la plaza principal. Llego al hotel, pidió un cuarto, por la ventana del cuarto se veían bien las sierras y los árboles llenos de flores, parecían cerezos, los canteros tenían flores de todos los colores, el aroma era una catarata de frescura, se olía a primavera.
Se acostó en la cama, como estaba, vestido, solo se saco los zapatos, pensó en dormir un rato, una hora solamente, pero cuando despertó ya no entraba mas la luz del sol del día por la ventana, lo que entraba era la luz de la luna, una luna llena maravillosa en un cielo sin una nube.
Tomo un baño, abundante agua tibia, sentía el agua correr por su cuerpo desnudo, con placer, parecía que ese agua tenía un poder curativo, se acostó en la bañera, estuvo bastante tiempo, no quería salir, tal vez la relajación que genera el agua apagaban un poco los recuerdo de los hechos recientes.
Bajo, pregunto donde había un buen restaurante, le indicaron “El Ombú” en la esquina opuesta al hotel cruzando la plaza en diagonal. Camino con ese perfume primaveral que se podía sentir en la plaza, llego al restaurante y como tenia mesas en la vereda, eligió una para poder fumar un habano. Pidió lo de siempre, un entrecorte bien jugoso, con una ensalada de tomate y cebolla y claro una botella del vino Don Pascual tanat por supuesto.
Durante la cena llegaron varias personas, en una mesa estaban sentadas cuatro muchachas de unos 35 a 40 años. En silla de la cabecera justo enfrente de el se sentó, por que la vio llegar, una muchacha bien bonita, alta delgada de cuerpo algo esmirriado, con un pelo negro azabache medianamente largo y una piel blanca casi mate donde resaltaban uno grandes ojos negros. Llevaba una remera con escote, sus senos no eran grandes, eran suficientes y se pronunciaban mostrando que no usaba corpiño. No sé si se encandilo con el humo de mi segundo habano pero no dejaba de mirarlo, acabo la botella de vino, y pensó en pedir un copa más, pero espero. La mirada de esa mujer era continua e insistente, entonces le hizo una seña como diciéndole ¡sentarte en mi mesa¡ pensó que sería una juagada perdida, pero no, inmediatamente se levanto de donde estaba y fue a su mesa, se sentó frete a él. Eduardo le dijo, antes que preguntar su nombre, voy a tomar una copa de vino, si vos tomas pido otra botella?. Sí, le respondió ella, pero te recomiendo el Don Pascual varietal con tanat y merlot. Tenía una conversación fluida, era profesora de física de una de las escuelas técnicas de la ciudad, su forma de hablar, vivaz, graciosa, se rieron de algunas cosas, y hablaron de cuestiones políticas culturales, ella estaba bien informada. Le pregunto qué hacía en Minas, Eduardo le conto algunas cosas, entre verdades y mentiras, no estaba con ganas de contarle su vida a nadie.
Tomaron el vino y la conversación se hacía cada vez más interesante parecía algo con final previsible, hasta que Eduardo le comento, viste que luna?, mírala?, no es maravillosa?
Adriana, ese era su nombre, contesto, bueno se ve linda si, pero no deja de ser un satélite de la tierra yo no sé porque todo el mundo se queda maravillado con un simple satélite, y se le da tanta importancia, bla, bla, bla, bla..
Eduardo dejo de oír, miraba su cara pero no escuchaba lo que hablaba, pensó inmediatamente en Girondo, cuando él decía, “acepto que una mujer sea fea, petiza, no me molesta, si tiene nariz grande, le faltan dientes, tiene mal aliento, tetas grandes chicas o medianas, no me molesta, lo que no acepto de una mujer es que no sepa hacer el amor”. Eduardo pensó: yo le agregaría que tampoco aceptaría una mujer que piense que la luna es solo un satélite, es más, creo que una mujer que cree que la luna es solo un satélite no debe hacer bien el amor.
Se despidió dejándola un poco confundida, la vio como anonadada por su silencio repentino, entonces, Eduardo, le dijo: vos que sos física recordas la frase Einstein “lo inentendible del mundo es que pretenden entenderlo”, bueno yo no pretendo entender el mundo.
Cruzo la plaza rumbo al hotel mirando la luna, en otros tiempo pensaba que alguien la estaba mirando al mimo tiempo que él en otro lugar, ahora cerró los ojos y pensó, esta luna de Minas la estoy mirando solamente yo.

Poeta de Luna


Montevideo, octubre de 2010

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