Meditar sobre el habitar humano equivale a pensar sobre la esencia de lo que en Ser y Tiempo se llamó estar-en-el-mundo. Esto significaría que la joven amiga que esta ahora a mi lado, preguntó “¿cuándo escribe usted sobre ética?”, no se dio cuenta de que ya a esa altura estaba en el terreno de la ética originaria. El mismo filósofo lo insinúa, después de referir la breve anécdota, al afirmar lo siguiente: “Donde se piensa tan esencialmente la esencia del hombre, esto es únicamente desde la pregunta por la verdad del ser, pero por donde el hombre no ha sido elevado a centro del ente, debe despertar el pedido de una instrucción comprometedora y regulaciones que dicen cómo debe vivir destinacionalmente el hombre experimentado desde la existencia para el ser
No obstante, lo hasta aquí planteado puede resultar abstracto. Habría que preguntarse, pues, por las maneras en que el ser se ha des-ocultado y, a la par, se ha ocultado o velado, constituyendo, de ese modo, la estancia o morada del hombre, su lugar de habitación. Sería preciso interrogar, sobre todo, respecto de la última destinación del ser, aquella que impera hoy planetariamente, reuniendo dentro de su seno —en algún sentido—, todas las anteriores. Basta, por ahora, con aludir a algunas palabras, pensadores y etapas claves en la historia y, ciertamente, a manifestaciones decisivas del ser
Sin embargo, la historia no termina con un mundo de sujetos y objetos. Se requiere avanzar hacia la plenitud de la modernidad, es decir, hacia el momento en que vivimos, para encontrarnos con que la objetividad se transforma, más y más, en tenerse a disposición: “Ya hoy día no hay más objetos, el ente en tanto que se tiene de pie ante un sujeto que lo tiene a la vista, quizás se podría decir: no hay más substancias, sino subsistencias, en el sentido de ‘reservas’. De ahí las acción conservadora de la energía y del ordenamiento del territorio, que no se ocupan, efectivamente, con objetos, sino que, dentro de una planificación general, ponen sistemáticamente en orden al espacio, en vistas de la explotación futura. Todo (lo ente en su totalidad) toma lugar de golpe en el horizonte de la utilidad,
El bosque deja de ser un objeto (lo que era para los hombre científicos de los siglos XVIII y XIX), y se convierte en ‘espacio verde’ para el hombre desenmascarado finalmente como técnico, es decir, para el hombre que considera a lo ente a priori en el horizonte de la utilización. Ya nada puede aparecer en la neutralidad objetiva de una cara a cara. Ya no hay nada más.
Ateniéndonos al texto citado, tenemos que interrogarnos por el hombre actual, desenmascarado finalmente como técnico, en cuanto que considera todo, a priori , en el horizonte de la utilización.¿Sigue siendo, primordialmente, el viviente que posee la palabra, ser viviente racional, o aquel que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios? No. La respuesta es claramente negativa. En los días que corren el ser humano se comprende a sí mismo y se trata a sí mismo como el ser vivo que trabaja, como el animal o bestia del trabajo, como material humano.
Pero, se dirá, en esta concepción de lo que somos nosotros mismos se reconoce la superioridad del hombre respecto de los demás componentes de los dispositivos tecnológicos. Efectivamente; mas, al mismo tiempo, en ella ya se ha rebajado tácitamente la esencia del hombre al nivel de los constantes, los stocks, las reservas, los fondos, al nivel del ente que está listo para su consumo y explotación a ultranza con el mínimo gasto. (A propósito de la interpretación anterior —y como una manera de hacer resaltar la duplicidad de su planteamiento —, creo pertinente decir esto: aunque Heidegger recoge un texto que, por cierto, procura ir más allá de una comprensión economicista de la realidad, el mero hecho de acogerlo mostraría, en mi opinión, que él reconoce suficientemente la relevancia de la dimensión económica de la vida (no obstante, sin caer en un reduccionismo estrecho al respecto). El texto, de Ernst Jünger, es el siguiente: “el hombre [actual] se siente explotado en múltiples relaciones y no sólo económicas".
De aquí podemos inferir con nitidez que el habitar del hombre moderno está modulado técnicamente. Podemos inferir, también, que ante ello el hombre actual puede hacer algo dentro de ciertos límites, a saber, remodular su estancia en el mundo técnico de otro modo que podríamos llamar genuina, y que no es ni pre-técnica ni completamente trascendente respecto de la estancia técnica, sino un asumir de renovada manera el habitar en que ya se está —el técnico—, el êthos que en nuestros días domina y que, en varios sentidos, es insoslayable (no sólo para mal, ni mucho menos, sino, por cierto, para bien ).
Si ser hombre y habitar son lo mismo, la estancia humana, su êthos no es algo agregado a la esencia del hombre, sino su núcleo o, mejor dicho, es tal esencia. Meditar sobre el habitar es desarrollar la ética originaria.
A las primeras preguntas replanteadas, ¿dónde habita el hombre?, ¿en qué consiste su êthos?, respondemos: no sólo en la verdad del ser o en el claro del ser sino, indisolublemente respecto de lo anterior, junto a las cosas, cabe ellas, en medio de ellas. “El habitar es siempre ya una morada en medio de las cosas”.
No obstante, lo hasta aquí planteado puede resultar abstracto. Habría que preguntarse, pues, por las maneras en que el ser se ha des-ocultado y, a la par, se ha ocultado o velado, constituyendo, de ese modo, la estancia o morada del hombre, su lugar de habitación. Sería preciso interrogar, sobre todo, respecto de la última destinación del ser, aquella que impera hoy planetariamente, reuniendo dentro de su seno —en algún sentido—, todas las anteriores. Basta, por ahora, con aludir a algunas palabras, pensadores y etapas claves en la historia y, ciertamente, a manifestaciones decisivas del ser
Sin embargo, la historia no termina con un mundo de sujetos y objetos. Se requiere avanzar hacia la plenitud de la modernidad, es decir, hacia el momento en que vivimos, para encontrarnos con que la objetividad se transforma, más y más, en tenerse a disposición: “Ya hoy día no hay más objetos, el ente en tanto que se tiene de pie ante un sujeto que lo tiene a la vista, quizás se podría decir: no hay más substancias, sino subsistencias, en el sentido de ‘reservas’. De ahí las acción conservadora de la energía y del ordenamiento del territorio, que no se ocupan, efectivamente, con objetos, sino que, dentro de una planificación general, ponen sistemáticamente en orden al espacio, en vistas de la explotación futura. Todo (lo ente en su totalidad) toma lugar de golpe en el horizonte de la utilidad,
El bosque deja de ser un objeto (lo que era para los hombre científicos de los siglos XVIII y XIX), y se convierte en ‘espacio verde’ para el hombre desenmascarado finalmente como técnico, es decir, para el hombre que considera a lo ente a priori en el horizonte de la utilización. Ya nada puede aparecer en la neutralidad objetiva de una cara a cara. Ya no hay nada más.
Ateniéndonos al texto citado, tenemos que interrogarnos por el hombre actual, desenmascarado finalmente como técnico, en cuanto que considera todo, a priori , en el horizonte de la utilización.¿Sigue siendo, primordialmente, el viviente que posee la palabra, ser viviente racional, o aquel que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios? No. La respuesta es claramente negativa. En los días que corren el ser humano se comprende a sí mismo y se trata a sí mismo como el ser vivo que trabaja, como el animal o bestia del trabajo, como material humano.
Pero, se dirá, en esta concepción de lo que somos nosotros mismos se reconoce la superioridad del hombre respecto de los demás componentes de los dispositivos tecnológicos. Efectivamente; mas, al mismo tiempo, en ella ya se ha rebajado tácitamente la esencia del hombre al nivel de los constantes, los stocks, las reservas, los fondos, al nivel del ente que está listo para su consumo y explotación a ultranza con el mínimo gasto. (A propósito de la interpretación anterior —y como una manera de hacer resaltar la duplicidad de su planteamiento —, creo pertinente decir esto: aunque Heidegger recoge un texto que, por cierto, procura ir más allá de una comprensión economicista de la realidad, el mero hecho de acogerlo mostraría, en mi opinión, que él reconoce suficientemente la relevancia de la dimensión económica de la vida (no obstante, sin caer en un reduccionismo estrecho al respecto). El texto, de Ernst Jünger, es el siguiente: “el hombre [actual] se siente explotado en múltiples relaciones y no sólo económicas".
De aquí podemos inferir con nitidez que el habitar del hombre moderno está modulado técnicamente. Podemos inferir, también, que ante ello el hombre actual puede hacer algo dentro de ciertos límites, a saber, remodular su estancia en el mundo técnico de otro modo que podríamos llamar genuina, y que no es ni pre-técnica ni completamente trascendente respecto de la estancia técnica, sino un asumir de renovada manera el habitar en que ya se está —el técnico—, el êthos que en nuestros días domina y que, en varios sentidos, es insoslayable (no sólo para mal, ni mucho menos, sino, por cierto, para bien ).
Si ser hombre y habitar son lo mismo, la estancia humana, su êthos no es algo agregado a la esencia del hombre, sino su núcleo o, mejor dicho, es tal esencia. Meditar sobre el habitar es desarrollar la ética originaria.
A las primeras preguntas replanteadas, ¿dónde habita el hombre?, ¿en qué consiste su êthos?, respondemos: no sólo en la verdad del ser o en el claro del ser sino, indisolublemente respecto de lo anterior, junto a las cosas, cabe ellas, en medio de ellas. “El habitar es siempre ya una morada en medio de las cosas”.
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