La democracia necesita a la verdad tanto como la
verdad necesita, para constituirse, para saberse, a la democracia. Una de las
tareas fundamentales de la democracia es consolidar, buscar y divulgar la
verdad, formar en la verdad, educar en la verdad y para la verdad, porque sin
saber la verdad no están dadas las condiciones esenciales de la vida política y
sin participación política basada en la verdad, sin diálogo político basado en
la verdad, no hay democracia posible. Sin verdad no hay derechos. No hay
conciencia. No hay sociedad civil. Precisamente todo lo que buscó romper o
quebrar el Proceso: la conciencia civil, los lazos sociales, los vínculos
humanos, la otredad, el compromiso, la militancia, la política. Lo que se
conmemora el 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria, es eso: la posibilidad de
llegar entre todos, con enormes esfuerzos, con enorme dolor, con enorme
dedicación, con búsquedas infinitas, a la Verdad. El imperio de la verdad, y no
de la impunidad, sobre lo ocurrido: eso se celebra, se conmemora. Porque sólo
donde hay verdad puede haber participación. Donde no hay verdad, no hay
conciencia. Donde no hay conciencia, no hay democracia. No hay libertad. No hay
derechos. La mentira anula la acción, roba la identidad de las personas, su
posibilidad de expresarse, de existir como tales, la mentira pervierte la vida
civil, enmudece la conciencia, desdibuja las instituciones, socava el Derecho.
Cuando se defiende la Memoria como política de Estado, lo que se defiende es la
libertad de todas las personas, su derecho a saber lo básico: quiénes son. Su
identidad es su verdad, y su verdad es su derecho. Algo que parece tan simple,
pero que costó mucho. Respetar cada identidad. Cada historia. Cada vida. Cada
padre. Cada madre. Cada nieto. Cada hijo. Cada nieto que aparece es un paso más
que da la verdad. Es un paso más que da la democracia.
Tapar el pasado fue una forma de tapar el presente. La
impunidad no es nunca casual. La impunidad fue deliberada, muchos construyeron
y buscaron (y aun buscan) la impunidad, apostaron a ella, pero la impunidad de
los crímenes de la dictadura cívico-militar terminó demostrando ser
incompatible con la democracia, la impunidad no puede ser la base del Estado.
Por eso los argentinos tuvieron que tomar una decisión tajante: elegir la
impunidad o elegir vivir en democracia. Elegir tapar o elegir saber. Elegir la
impunidad o elegir constituir un Estado de Derecho. Los argentinos eligieron la
verdad. Y por eso celebran el Día de la Memoria, porque sólo así, de esa forma,
se celebra la democracia. Sólo así la democracia tiene contenido. Sentido.
Tiene meta. Aspirando a la verdad y a la justicia. Una democracia que no aspira
a la verdad, una democracia que no aspira a la justicia, no es una democracia
sustantiva. Es una democracia de forma. Y los argentinos, después de la crisis
de 2001, se cansaron de la democracia de formas. Querían una democracia de
verdad, con verdades. Una democracia con derechos. Una democracia donde esas
dos palabras capitales que son “derechos humanos” volvieran a significar algo.
A tener sentido. Contenido.
En la Argentina de los ‘90 no había participación
política plena, había apatía porque no había verdad, no había Justicia, los
vínculos sociales estaban desdibujados y rotos, la política estaba desdibujada
porque la Justicia estaba muda. La política no tenía norte porque el Estado no
había tomado la decisión de ir en búsqueda de la Verdad: no había juicios donde
la verdad desplegara sus alas. Se apostó al silencio. Por eso la apatía civil,
la indiferencia: la ausencia de participación iba de la mano de la falta de
memorias, de voces, de historias. De cuerpos. La verdad construye la
conciencia. En los juicios de derechos humanos se forma una conciencia cívica sobre
el horror ocurrido. Esa conciencia que se forma en la sociedad –más que las
condenas en sí mismas– es la justicia. Una sociedad con verdad, con verdades,
una sociedad que conoce su verdad, es una sociedad con más conciencia. Con más
juicio. Con más derecho. Con más libertad. La verdad es una pre-condición para
la acción. Una pre-condición para la democracia y la vida. Donde no hay verdad,
donde hay impunidad, no hay (no puede haber) política. Querer volver a la
política fue (y es siempre) querer hacer justicia. Querer democracia es querer
saber la verdad. La impunidad es enemiga de la democracia. Si la verdad no se
sabe, no puede haber acción. No puede haber conciencia. No puede haber
política. No puede haber, en consecuencia, democracia. Por eso cada cuerpo que
se recupera, cada historia que se sabe, cada hueso que se nombra, es un paso
firme que da la verdad. Es un paso más que da la Argentina. Es un paso más que
damos todos. Es un paso más que da el derecho. Es un paso más que da la
democracia. La justicia es la savia del Estado. Su única meta. Sin justicia no
hay democracia. Sin justicia y sin verdad, no hay estado de derecho. Eso fue lo
que construyó la Argentina: un Estado basado en la Memoria, en la Verdad y en
la Justicia.