Este célebre ensayo filosófico de Jean-Jacques Rousseau, cuyo título
completo es Discurso sobre el
origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres
(1755), constituye una de las piezas maestras de la literatura política
moderna. Rousseau estableció en esta obra las bases de su
doctrina política y social con la afirmación de que todos los males,
las miserias y las demás aberraciones que originan las
desigualdades humanas tienen su única causa en el estado de
sociabilidad.
La primera y más elemental noción que es preciso dilucidar
antes de intentar explicar el origen de las desigualdades es la noción
de hombre. Pero el mismo concepto de hombre es difícil de fijar,
porque el hombre moderno es semejante a la estatua de Glauco, "que
el tiempo, el mar y los huracanes habían desfigurado de tal modo
que la hacían más parecida a una bestia feroz que a un dios".
Es necesario por ello volver la vista atrás y partir del hombre
en estado de naturaleza, cuando su alma todavía no estaba corrompida
por los errores y las pasiones de todas clases.
Partiendo del presupuesto de que la estructura y la figura del hombre
han sido siempre las mismas, Rousseau ve el hombre primitivo como un
ser
dedicado a la vida vagabunda y salvaje. Moralmente el hombre
salvaje se distingue del animal por ser libre y perfeccionable, lo que
le permite
no seguir ciegamente su instinto, sino determinarse en el
sentido que quiere. En este estado el hombre vive solo, fuera de la
sociedad; sus pasiones
se limitan a la satisfacción de los deseos naturales, limpias de
sobreestructuras sentimentales e imaginarias.
Contra las tesis sostenidas por el filósofo británico Thomas Hobbes,
Rousseau niega que
un hombre semejante sea malo por naturaleza; por el contrario,
está dotado de un sentimiento natural, la piedad, que le inclina a
socorrer
a quien sufre, sin sombra de reflexión. Fuera de estos contados
contactos, el hombre en estado natural no frecuenta a sus semejantes y,
en tales condiciones, las desigualdades entre los hombres son
inapreciables y no van más allá de unas pocas diferencias naturales
de fuerza, salud, belleza, etc. El bienestar y la conservación,
por un lado, y por otro la natural repugnancia a ver perecer y sufrir a
sus semejantes, fuente de piedad, guiaban su conducta.
Ello fue así, según Rousseau, hasta la aparición de la
propiedad. "El primero que habiendo limitado un terreno dijo: "esto
es mío" y encontró gente bastante ingenua para creerlo, aquél
fue el verdadero fundador de la sociedad civil." Un
hecho de tal clase no se produjo de repente; fue preparado por
una lenta maduración. El hombre empezó a sentir la necesidad de
estabilidad;
se formaron las familias y las cabañas y, sobre todo, surgieron
las industrias y la agricultura, en la que reside
precisamente el germen de la propiedad.
De la propiedad nacieron las exigencias, las necesidades, los
lujos; y entonces los hombres se lanzaron en carrera desenfrenada hacia
las riquezas,
desarrollando todas sus facultades para beneficiarse a costa de
los demás. Sólo que de esta tendencia nació también
la de imponerse a los demás, de dominar; el rico y el pobre, el
más fuerte y el primer ocupante de una tierra se vieron lanzados
uno contra otro como lobos famélicos. Y he aquí que el rico,
para salvar lo suyo, concibe el proyecto de emplear a su favor las
fuerzas
que lo combatían; y poco le costó convencer a los pobres de que
iba en interés de ellos unir todas sus fuerzas para la tutela
común.
De ese modo se creó la sociedad civil, se promulgaron las leyes y fue
definitivamente destruida la libertad natural del hombre. Como
el derecho de libertad, por provenir de la misma naturaleza, no
puede ser cedido, se sigue que los poderes políticos fundados sobre
dicha
cesión son por definición arbitrarios. La desigualdad política
trae consigo la desigualdad civil, hasta recorrer un trágico
ciclo cuya fase culminante consagra una común desigualdad,
opuesta a la natural: el despotismo, en el cual todos son igualmente
esclavos, "pues
no tienen más ley que la voluntad del señor".
Los contemporáneos de Rousseau vieron en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres
una despiadada requisitoria
contra las instituciones sociales y políticas de su tiempo y
aclamaron en el autor al osado cirujano que se atrevió a hundir el
bisturí en
lo profundo de la llaga. El Discurso señala un momento fundamental en la historia de las doctrinas políticas, pues contiene
las premisas de la doctrina que Rousseau desarrollará en El contrato social. Según Solari,
el pacto entre débiles y poderosos que insinúa el Discurso es la resultante empírica de un proceso histórico
que consagra legalmente un estado injusto, mientras que el de El contrato social es el nuevo pacto que habrá de sustituir al primero:
un pacto obra de la razón
y del derecho, destinado, según el idealismo de Rousseau, a garantizar el imperio de la justicia y de la felicidad.
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