“Todos los hombres son dioses para su perro. Por eso hay gente que ama más a sus perros que a los hombres”
Aldous Huxley
Eduardo nació en un tórrido mes de febrero, en el seno de una humilde familia del de La Boca, en un conventillo típico de ese barrio porteño, en la calle Olavarría, en realidad nació a las 9 de la mañana hs de en el hospital Argerich. Pequeño, esmirriado, muy delgado, no ganaba peso por que comía poco, continuamente enfermo, Eduardo era una verdadera preocupación para sus padres.
Los médicos no daban con el diagnostico preciso y por tanto todo los tratamiento fallaban. Tenía 8 meses cuando fue internado en el mismo hospital donde nació por una neumonía que lo dejo al borde de la muerte, se recupero lentamente pero difícilmente se podía decir que su pronóstico era bueno. Los médicos les sugirieron a sus padres que, si podían, se mudaran de barrio, se fueran para un área más rural, para el campo, mejor todavía, si era posible.
Fue así que la familia se mudo a una ciudad localizada a 30 kilómetros de Buenos Aires que en esa época era realmente una ciudad rural. La casa estaba lejos del centro la ciudad, rodeada de campo, calles de tierra y aire bien puro. Era una casa grande con un amplio parque que en poco tiempo se llenaron de flores y árboles frutales.
Eduardo tenía casi un año y todavía no caminaba, su salud había mejorado notablemente pero todavía se lo veía muy flaco y continuaba comiendo poco.
Una tarde de abril el padre de trajo un regalo que cambiaría radicalmente la vida de Eduardo. Un perro, un Collí Belga, peludo y negro, maravillosamente cariñoso. Eduardo no lo podía creer, su alegría fue inmensa, pasaba el día rodeado del perro que bautizaron por su color con el nombre de “Negro”. Negro sentía un cariño especial por Eduardo y siempre a pesar de ser cachorro, presentía que Eduardo necesitaba de él. Eduardo tenía casi 18 meses y todavía no caminaba, solo gateaba, Negro ya tenía 5 meses y ya como es típico de esa raza su porte era importante.
Un día de verano extremadamente caluroso, los padres de Eduardo estaban tomando mate en el jardín, cuando vieron algo que los dejos profundamente y gratamente sorprendidos. Eduardo venia caminando agarrado a la cola peluda de Negro, el perro caminaba despacio y a cada momento miraba hacia atrás a Eduardo para estar seguro de que se encontraran bien. Desde ese día comenzó a caminar primero agarrado del perro y de a poco se soltó y comenzó a caminar solo. Se soltó físicamente porque efectivamente, espiritualmente quedaría agarrado a Negro durante toda su vida.
Transcurrían felices lo años de la infancia, siempre Eduardo con su perro. Iban juntos a pescar y Negro se acostaba al lado de él mirando atentamente, vigilando, esperando pacientemente el pique de algún pez, o asistía, cuando Eduardo jugaba al futbol con sus amigos en el campito de la esquina. Como Eduardo era delgado siempre se lo llevaban por delante, la primera vez que Eduardo se peleo con uno de los jugadores del equipo contrario, Negro entro a la cancha y gruño amenazante al chico que quería pelearse con Eduardo. Desde entonces siempre que Negro estuviese asistiendo al partido de futbol ninguno se animaba a tocar a Eduardo. Tanto en la escuela primaria como en la secundaria Negro despedía a Eduardo en la puerta de su casa y a la hora del regreso lo esperaba en el mismo lugar, cuando lo veía, una cuadra antes de llegar, corría alegremente a su encuentro, eran dos seres que se amaban.
Así pasaron los años, Eduardo creció se transformo en un muchachón bien fuerte, quedo atrás ese niño esmirriado y flaco que fue la preocupación de su familia.
Negro también envejeció ya cerca de los 16 años de edad estaba mucho más lento, sin algunos dientes pero lucido y sus gestos de alegría al ver a Eduardo continuaban como siempre.
Eduardo ingreso a la Facultad de Medicina, vivía en La Plata y regresaba solo lo fines de semana, Negro se enfermo, según el veterinario tenía un cáncer de hígado. Cuando Eduardo lo supo su tristeza fue infinita, era un hermano que se estaba muriendo.
Estaba en La Plata cuando su papa lo llamo y le dijo que viniera que Negro estaba mal. Eduardo le dijo a su papa: “por favor decile que me espere que no se muera antes de verme”. Salió en el primer tren para su casa.
Entro en el galpón donde Negro tenía su cama, miro a Eduardo con sus ojos brillosos, hizo un gesto de alegría, movió la cola, ya no tenía fuerzas, Eduardo lo tomo en sus brazos y lo abrazo fuerte, lloro desesperadamente, murió en sus brazo, Eduardo dijo en vos alta “gracias Negro por esperarme, gracias por haber vivido todo estos años conmigo.
El mismo lo enterró rechazando la ayuda de su padre, solo, el mismo cavo el pozo en el parque donde tanto jugaron, cubrió de tierra su tumba, planto flores y coloco un pequeña lapida de madera con un dicho de su bisabuela “Desconfía del que no quiere a los animales y a la plantas, desconfía, es factible que tampoco quiera a los hombres”
Mi querido Negro, cuanto te necesite en los momentos más aciagos de mi vida!, cuanto te necesite para que me defiendas de las más feroces agresiones hechas por los hombres. En los momentos más tristes de mi vida necesite tu lengua lambiendo mi cara, abrazar tu cuerpo peludo y negro. Me acompaña el recuerdo de jugar con vos en el parque, las corridas por la plaza, tu cariño incondicional. Me hubiese gustado conocer a personas con tu actitud fiel y desinteresada durante mi vida toda.
Los médicos no daban con el diagnostico preciso y por tanto todo los tratamiento fallaban. Tenía 8 meses cuando fue internado en el mismo hospital donde nació por una neumonía que lo dejo al borde de la muerte, se recupero lentamente pero difícilmente se podía decir que su pronóstico era bueno. Los médicos les sugirieron a sus padres que, si podían, se mudaran de barrio, se fueran para un área más rural, para el campo, mejor todavía, si era posible.
Fue así que la familia se mudo a una ciudad localizada a 30 kilómetros de Buenos Aires que en esa época era realmente una ciudad rural. La casa estaba lejos del centro la ciudad, rodeada de campo, calles de tierra y aire bien puro. Era una casa grande con un amplio parque que en poco tiempo se llenaron de flores y árboles frutales.
Eduardo tenía casi un año y todavía no caminaba, su salud había mejorado notablemente pero todavía se lo veía muy flaco y continuaba comiendo poco.
Una tarde de abril el padre de trajo un regalo que cambiaría radicalmente la vida de Eduardo. Un perro, un Collí Belga, peludo y negro, maravillosamente cariñoso. Eduardo no lo podía creer, su alegría fue inmensa, pasaba el día rodeado del perro que bautizaron por su color con el nombre de “Negro”. Negro sentía un cariño especial por Eduardo y siempre a pesar de ser cachorro, presentía que Eduardo necesitaba de él. Eduardo tenía casi 18 meses y todavía no caminaba, solo gateaba, Negro ya tenía 5 meses y ya como es típico de esa raza su porte era importante.
Un día de verano extremadamente caluroso, los padres de Eduardo estaban tomando mate en el jardín, cuando vieron algo que los dejos profundamente y gratamente sorprendidos. Eduardo venia caminando agarrado a la cola peluda de Negro, el perro caminaba despacio y a cada momento miraba hacia atrás a Eduardo para estar seguro de que se encontraran bien. Desde ese día comenzó a caminar primero agarrado del perro y de a poco se soltó y comenzó a caminar solo. Se soltó físicamente porque efectivamente, espiritualmente quedaría agarrado a Negro durante toda su vida.
Transcurrían felices lo años de la infancia, siempre Eduardo con su perro. Iban juntos a pescar y Negro se acostaba al lado de él mirando atentamente, vigilando, esperando pacientemente el pique de algún pez, o asistía, cuando Eduardo jugaba al futbol con sus amigos en el campito de la esquina. Como Eduardo era delgado siempre se lo llevaban por delante, la primera vez que Eduardo se peleo con uno de los jugadores del equipo contrario, Negro entro a la cancha y gruño amenazante al chico que quería pelearse con Eduardo. Desde entonces siempre que Negro estuviese asistiendo al partido de futbol ninguno se animaba a tocar a Eduardo. Tanto en la escuela primaria como en la secundaria Negro despedía a Eduardo en la puerta de su casa y a la hora del regreso lo esperaba en el mismo lugar, cuando lo veía, una cuadra antes de llegar, corría alegremente a su encuentro, eran dos seres que se amaban.
Así pasaron los años, Eduardo creció se transformo en un muchachón bien fuerte, quedo atrás ese niño esmirriado y flaco que fue la preocupación de su familia.
Negro también envejeció ya cerca de los 16 años de edad estaba mucho más lento, sin algunos dientes pero lucido y sus gestos de alegría al ver a Eduardo continuaban como siempre.
Eduardo ingreso a la Facultad de Medicina, vivía en La Plata y regresaba solo lo fines de semana, Negro se enfermo, según el veterinario tenía un cáncer de hígado. Cuando Eduardo lo supo su tristeza fue infinita, era un hermano que se estaba muriendo.
Estaba en La Plata cuando su papa lo llamo y le dijo que viniera que Negro estaba mal. Eduardo le dijo a su papa: “por favor decile que me espere que no se muera antes de verme”. Salió en el primer tren para su casa.
Entro en el galpón donde Negro tenía su cama, miro a Eduardo con sus ojos brillosos, hizo un gesto de alegría, movió la cola, ya no tenía fuerzas, Eduardo lo tomo en sus brazos y lo abrazo fuerte, lloro desesperadamente, murió en sus brazo, Eduardo dijo en vos alta “gracias Negro por esperarme, gracias por haber vivido todo estos años conmigo.
El mismo lo enterró rechazando la ayuda de su padre, solo, el mismo cavo el pozo en el parque donde tanto jugaron, cubrió de tierra su tumba, planto flores y coloco un pequeña lapida de madera con un dicho de su bisabuela “Desconfía del que no quiere a los animales y a la plantas, desconfía, es factible que tampoco quiera a los hombres”
Mi querido Negro, cuanto te necesite en los momentos más aciagos de mi vida!, cuanto te necesite para que me defiendas de las más feroces agresiones hechas por los hombres. En los momentos más tristes de mi vida necesite tu lengua lambiendo mi cara, abrazar tu cuerpo peludo y negro. Me acompaña el recuerdo de jugar con vos en el parque, las corridas por la plaza, tu cariño incondicional. Me hubiese gustado conocer a personas con tu actitud fiel y desinteresada durante mi vida toda.
Es este mi pequeño homenaje a un animal que fue mi amigo, mi hermano de la vida.
Poeta de Luna
Cassino, noviembre de 2010
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